Sólo quería dejar una reflexión, en estos días en los que a penas tengo tiempo para esta bitácora (la cual cumplió ayer seis años), ajena a cualquier análisis y con la intención, eso sí, de hacer un pequeño llamamiento a la reflexión.
Tengo la suerte, y más en los días que corren, de poder decir que llevo más de media vida yendo a ver cada quince días fútbol al estadio. No diré 'máxima categoría' pero sí fútbol profesional, ese que va desde la 2ºB hasta la Primera. Y a lo largo de este tiempo cierto es que uno ve más o menos afluencia de público no sólo por los precios de las entradas, sino por las dinámicas de los equipos.
Corren buenos tiempos para el Levante. Buscando asentarse por cuarta temporada consecutiva en la élite nacional y con la guinda de jugar competición europea se vive y se respira un clima más que agradable. Mucha gente en el campo y la picaresca en la grada habitual. Pero esta época de bonanza social está trayendo al estadio una nueva realidad que me perturba. Yo lo llamo los partidos de smartphone.
La gente viene y no se molesta en comentar con el de al lado la alineación o a ver si el jugador que la semana pasada 'la cagó' y nos costó puntos se pone las pilas. Saca su móvil y avisa, a través de la red que sea, que está en el campo. Hace unas fotos, las envía, llama y se pierde el inicio del partido mientras se despide de quien le atiende al otro lado. Abre su whatsapp, envía mensajes, y parece que hasta le molesta que algún 'vecino' le pueda rozar mientras se levanta para celebrar un gol.
Consulta si sus comentarios tienen respuesta y si no, envía algún correo. Mientras tanto el equipo puede haberse quedado con uno menos. Da igual, no se dará cuenta hasta que al día siguiente lea el periódico.
En el descanso, mientras algunos miramos cómo van los partidos en otras ligas (porque eso de la coincidencia horaria en la Liga BBVA ya es historia) te pregunta por quiénes han salido en el once, qué tal hemos jugado o quién ha metido el gol del rival porque 'no se ha enterado'.
Con el inicio de la segunda parte vuelve el ritual. Nadie le presta atención porque estamos pendientes a lo que toca, el partido, mientras él hace alguna foto al marcador, contesta algunos mensajes y cuenta, con su realidad, cómo va el partido a quienes no han tenido la suerte de poder ir. Así hasta el final del partido, cuando se levanta y se marcha a casa, donde tal vez consulte si durante ese trayecto, sus fotos y comentarios han tenido repercusión en su circulo social.
Yo voy al fútbol con mi móvil, con un smartphone, y me da mucha rabia que en ese ratito que tengo para poder ver fútbol en vivo me llamen o traten de contactar conmigo. Cometo la imprudencia de twittear algo en el descanso, mientras consulto cómo pueden ir otros partidos, pero pienso, que es una buena manera de pasar el entretiempo. No entiendo el pasarse gran parte de los noventa minutos de partido pendiente de la pantalla del móvil.
Debe ser el aficionado del futuro.
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