El pitido final que retumbó en Riazor el pasado domingo desató una serie de sensaciones realmente extrañas: El Levante inició una celebración a pesar de haber perdido 2-0 puesto que otros resultados certificaban el logro de su objetivo mientras que el Depor parecía haber cogido algo de aire, quizás más esperanzado en ver cómo su próximo rival no se jugará nada y que con ello podría tener alguna oportunidad de sumar más puntos.
La reacción de los aficionados granotas, que es a lo que viene esto, se sumó a la celebración: se iniciará un sexto curso en la élite del fútbol nacional después de haber sufrido mucho más que en los últimos cuatro anteriores. Pero cabe, ahora en frío, ser algo más analítico y, a la postre, exigente.
Desde que se instauró en la Liga los tres puntos por victoria hace diecinueve temporadas sólo en cuatro ocasiones (Celta 37 ptos en 2013; Málaga 37 ptos en 2010; Mallorca 39 ptos en 2005; Compostela 34 ptos en 1996) un equipo ha logrado la permanencia con menos de cuarenta puntos. Con este dato, se podría decir que la salvación del Levante con 36 puntos (más el intranscendente sumado ayer serían 37) tras 37 jornadas (!) es milagrosa, pero viene a reforzar una idea que desde la grada del Ciutat, los que, si me permitís la posible falta de molestia, hemos visto de todo en el fútbol, sabíamos que si el equipo azulgrana se iba a salvar este año es porque había tres o hasta más equipos que hacían un peor fútbol que él. Claro que esta sentencia se reforzó tras la salida de Mendilíbar.
A las pocas sesiones con Lucas Alcaraz la imagen del equipo cambió de manera positiva. Algo más tardaron en llegar la suma de puntos (hasta nueve partidos sin ganar llegó a acumular el equipo a principios de año) pero la tendencia de juego unida a la caída de otros equipos hacía más tangible la sensación de que el equipo se podía mantener.
Quizás lo que más atractivo ha resultado del curso para el Levante ha sido la versatilidad o, tal vez mejor dicho, la evolución del esquema conforme el técnico iba incorporando a los jugadores que mejor han ido trabajando con él. Se pasó del 4-2-3-1 al 5-3-2 con parada intermedia en el 4-4-2 y fue, curiosamente cuando más defensas acumuló en teoría cuando mejor supo atacar. Los laterales largos dieron al equipo una profundidad que había echado en falta durante gran parte de la temporada y eso de lo que tanto hemos hablado de 'ser como un acordeón', abrirse mucho cuando se tiene el balón para atacar y juntarse cuando se pierde y ahí que defender, funcionó realmente bien.
En el apartado de nombres propios, algo desagradable de tratar pero justo a la hora de hacer una valoración, es imposible no empezar por el de David Barral. El gaditano no es futbolista de mi agrado pero un año más, su aportación goleadora ha resultado clave (e histórica) para alcanzar el objetivo. Hasta que Alcaraz no comenzó a trabajar con dos puntas no pudimos ver los mejores partidos de Barral que pasó de regalar muchas carreras y mucha presión desordenada a correr y a jugar sin balón donde más daño hace: dentro del área. A partir de ahí comenzó a aparecer para remachar lo que se generaba detrás de él.
Pero el hombre de la temporada ha sido Morales. Llegó sin hacer ruido, y por su rendimiento y su capacidad de acoplarse con éxito a varias posiciones en el campo ha sido destacado y solución para el entrenador en tiempos de bajas relevantes. La sorpresa más positiva del año en el Ciutat.
Y no la única. Los asentamientos de Iván y de Camarasa en el once son parte del esperado rejuvenecimiento del equipo base y un claro corte de perfil para el equipo. Está claro que todavía les falta por pulir pero son una realidad y un mensaje al filial (pronto deben de llegar Jason y Pepelu). Un escalón por debajo de estos cantera están Casadesús, Ramis y Toño. Un rendimiento notable de estos tres jugadores sólo salpicado por la continuidad irregular (cada uno por diferentes motivos) en el once. Pero acaban de sentar una base para ir incorporando a nuevos compañeros.
Preocupante ha sido el asunto de la portería. Primero porque llegara quien llegase la alargadísima sombra de Navas iba a estar ahí, y después porque a nivel general ni Jesús ni Mariño han estado a la altura y, en el caso del gallego, han costado muchísimos goles evitables.
También los centrales, más por la evidente cuesta abajo en sus dilatadas carreras, deben sentirse con una competencia más feroz de la que han tenido de cara a sumar en tensión competitiva.
Siempre que toca escribir del Levante lo hago con un fondo optimista que me para a la hora de pedir algún cambio radical. Como si se hiciera desde el perfil de un equipo ganador al que sólo hay que pulir un par de detalles. Pero la realidad (y la lógica) deben partir también desde ahí, desde el riesgo de llevar a cabo profundos cambios cada año pueden echar al traste el trabajo del curso que recién acba.