Sin posibilidad de verlo en España hoy se disputaba la final de la Capitol One en Wembley entre el Chelsea y el Tottenham.
Una final 100% londinense que para el equipo de José Mourinho se presentaba como la primera oportunidad de hacer tangible una temporada que, con sus pequeños paréntesis, está siendo bien dirigida hacia pelear hasta el final en todas las competiciones.
Aún con partidos por delante hasta el primer 'matchball' como lo es la vuelta de Octavos ante el PSG, el equipo llegaba con bajas importantes a esta final ante un Tottenham que bien podíamos decir que presentaba a un equipo con menos empaque y experiencia pero con recursos suficientes como para exigir a una versión buena de los azules de Londres.
De hecho el primer punto de análisis del Chelsea fue la solución ante las bajas de Matic y Mikel como centrocampistas de contención. Mourinho, como ya había hecho en otras circunstancias, tiró de un central para blindar el centro del campo con Zouma acompañando a Ramires y a un Cesc con permiso para descolgarse.
La presencia esperada de Diego Costa en la punta del ataque acababa de cerrar un once competitivo, con recursos pero preparada para desactivar las principales opciones ofensivas de un Tottenham que, no olvidemos, ya dio buena cuenta de este Chelsea en la jornada de Año Nuevo.
Poco o nada tuvo que ver esta final con aquel partido de liga en enero. Salvando las distancias, esta final pudo recordar a cómo el Madrid batió al Barcelona de Guardiola en la final de Copa de 2011 a pesar de que el equipo culé pasó por encima del blanco en Liga. Algo así se vio en Wembley, donde el Chelsea, con este planteamiento inicial ejecutado a la perfección desconectó desde el primer minuto al Tottenham y ganó sin sobresaltos la final de la Capitol One. Además con goles de autor. El primero en una falta lateral botada por Willian y donde la línea de defensores de los Spurs 'acularon' hacia su portería dejando hasta a tres rematadores blues solos para abrir el marcador.
El segundo gol, en una conexión que nos hemos cansado de detectar durante esta temporada: Cesc haciendo llegar un balón en ventaja a Diego Costa. Cierto que el remate tuvo el punto de fortuna necesario cuando el balón rebotó en Walker para cambiar la trayectoria y evitar el cuerpo de Lloris (hoy Pochettino optó por su portero habitual y no por la opción copera).
Tampoco fue el partido de Eriksen, a pesar de ser de lo rescatable en ataque de los Spurs, ni de uno de los jugadores de moda en la Premier, Harry Kane. Ninguno de los dos buscó atacar la inexperiencia en este tipo de partidos de Zouma, que 'ha caído de pie' en el Chelsea en un puesto tan exigente como el de central.
Y después está el elemento determinante en el ataque blue: Eden Hazard. No le hace falta al belga ni ser el anotador ni tan siquiera dar el último pase, siempre aparece como una opción de pase que dé fluidez al ataque y, cuando tiene la pelota, un foco de atención lo suficientemente atrayente para el rival como para facilitar la vida a sus compañeros cuando se incorporan al ataque.
El resumen de esta final, a parte de sumar un nuevo título para el Chelsea, es que va a llegar a la parte final de la temporada con todos los automatismo más que asumidos, con una alta implicación de jugadores que pudieran no sentirse titulares indiscutibles y hasta cuando las lesiones o las sanciones puedan debilitar al equipo, con suficiente recursos desde la libreta de Mourinho como para hacer cambios sin desmontar totalmente a su equipo.
Algo de lo que hemos hablado bastante en este blog, catalogándolo como 'dominar los dos registros'.
Atentos ahora a cómo pueda encarar el Chelsea los partidos a cara o cruz.