El fútbol me encanta. Un juego, una competición entre dos equipos por un objetivo en donde se vive en el compendio entre la potenciación de tus virtudes y la búsqueda de los puntos débiles de tu rival por donde debes comenzar a desarticularle. Hasta el mercado de fichajes me parece entretenido: jugadores que cambian de equipos en busca de minutos, clubes que pelean por la estrella del momento o descartes que se convierten en contrataciones estelares un año después.
Pero en los últimos años este apartado del fútbol me empieza a preocupar y cansar por partes iguales. La poca transparencia y una sensación de 'todo vale' entre los grandes equipos aderezado por grandes fortunas que aparecen de repente dan clara muestra de que este fútbol moderno se ha convertido en un virus que no importa lo que se lleva por delante para seguir sobreviviendo o, en este caso, ser competitivos.
Aquí hemos pasado del dinero de la tele al de los pelotazos inmobiliarios y ahora es el turno de las grandes fortunas que se meten a dueños de clubes. A veces al rescate de históricos, otras para hacer crecer de manera antinatural a un equipo con menos solera, pero en donde el aficionado ya ha quedado insensibilizado al desarraigo local y emocional que ello conlleva.
Esta semana hay un buen ejemplo bajo los nombres de Andrei Arshavin y Eric Abidal. El ruso, futbolista de talento aunque rácano en su muestra, no ha cumplido las expectativas que generó cuando salió del Zenit hacia el Arsenal y esta semana se ha conocido que jugará en Azerbaiyan un par de meses a cambio de una ficha de 4 millones de euros 'limpios'. Si bien hace tiempo que encuentro desproporcionado todo el dinero que se mueve alrededor del fútbol, el consuelo era que, en los clubes de élite, los protagonistas querían un sueldo acorde con el volumen de ingresos que le generaban a su equipo. Pero el caso de Arshavin así como en su día el de Eto'o escapan de toda lógica ¿realmente por muchos goles que marquen van a generar tanto dinero como para que los magnates que poseen sus clubes se permitan pagarles esos salarios?
Una locura en la que los jugadores poco o nada pueden decir ante semejante ofrecimiento pero que jamás acabaré de digerir.
Y mientras el dinero pudre parte del amor que podamos tener por el fútbol, el factor humano, en ocasiones tampoco sirve de consuelo. Hace un par de días el Barça anunció que no renovaría a Eric Abidal. El francés, todo un ejemplo de lucha y humanidad en su pelea contra el cáncer parece haber superado este problema y no sólo para llevar una vida normal, sino para jugar en el primer nivel. O esa es su intención.
Totalmente entendible es que en el club tenga dudas sobre si el jugador no podría sufrir una recaída o si lo que él entienda como primer nivel sea lo necesario para un equipo al que se le exige llegar hasta el final en todo.
El problema radica en el mensaje vacío que se fue lanzando desde la dirección del club sobre su continuidad. Vacío por la contundencia en la que se prounciaban palabras que meses después figuran en hemeroteca pero no en la memoria de quienes tienen que decidir.
Así ha transcurrido el fútbol esta semana, entre el dinero en cantidades exageradas y la falta de palabra. Que sí, que este fin de semana tenemos la resolución de la temporada en España y que casi tenemos aún caliente la final de la Champions, pero entre partido y partido, que al fin y al cabo es lo que importa, hay demasiado tiempo para que nos cuenten lo que se esconde detrás de los clubes y de los jugadores (y hasta de gente que indirectamente trinca de esto) y no mejora mucho a otros aspectos de la vida cotidiana que tanto nos enerva.
Una locura en la que los jugadores poco o nada pueden decir ante semejante ofrecimiento pero que jamás acabaré de digerir.
Y mientras el dinero pudre parte del amor que podamos tener por el fútbol, el factor humano, en ocasiones tampoco sirve de consuelo. Hace un par de días el Barça anunció que no renovaría a Eric Abidal. El francés, todo un ejemplo de lucha y humanidad en su pelea contra el cáncer parece haber superado este problema y no sólo para llevar una vida normal, sino para jugar en el primer nivel. O esa es su intención.
Totalmente entendible es que en el club tenga dudas sobre si el jugador no podría sufrir una recaída o si lo que él entienda como primer nivel sea lo necesario para un equipo al que se le exige llegar hasta el final en todo.
El problema radica en el mensaje vacío que se fue lanzando desde la dirección del club sobre su continuidad. Vacío por la contundencia en la que se prounciaban palabras que meses después figuran en hemeroteca pero no en la memoria de quienes tienen que decidir.
Así ha transcurrido el fútbol esta semana, entre el dinero en cantidades exageradas y la falta de palabra. Que sí, que este fin de semana tenemos la resolución de la temporada en España y que casi tenemos aún caliente la final de la Champions, pero entre partido y partido, que al fin y al cabo es lo que importa, hay demasiado tiempo para que nos cuenten lo que se esconde detrás de los clubes y de los jugadores (y hasta de gente que indirectamente trinca de esto) y no mejora mucho a otros aspectos de la vida cotidiana que tanto nos enerva.
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