La Champions, ese torneo que nos tiene enamorados, locamente enamorados cuando llega a su ronda de eliminatorias, se encarga, temporada tras temporada de regalar alguna remontada épica. Justo hace un par de días se celebraba el décimo aniversario de quizás la más grande de todas ellas, cuando el Depor firmó uno de los mejores partidos de su historia volteando al Milan por 4-0.
Lo que pasó anoche en Stamford Bridge no llega al nivel épico de lo que pasó en Riazor, pero uniéndolo a lo visto en el partido de ida en París y tratando de ser lo más análitico posible, se puede afirmar que el cruce estuvo a la altura de las expectativas. Se han visto buenos goles, interesantes actuaciones en el plano individual, no menos preparadísimas puestas en escena a nivel colectivo de ambos equipos y el toque emocional que hace que, una vez finalizada la eliminatoria, tengas muchas ganas de escribir sobre ella (de la manera más ordenada posible).
Respeto. Eso es lo que se han tenido durante alrededor de cien minutos el Paris Saint Germain y el Chelsea, dos equipos preparados para ser finalistas en el torneo más importante del mundo, desde distintas bases, con diferentes libretos, pero sembrando el mismo temor ante rivales dubitativos. El partido de ida en París fue buena muestra, cuando cada equipo cedió la iniciativa cuando se creía en posición ventajosa (como si fuera ya el partido de vuelta) y sólo un chispazo de Pastore rompía un resultado terriblemente ajustado creando desde ese momento una atmósfera exigente para el Chelsea, sumando el último factor para tensar a unos blues que, más con Mourinho en el banco, parecen espolearse ante este tipo de retos.
Y mento ahora al entrenador portugués porque ayer, y van unas cuantas, llevó a cabo una dirección de campo soberbia, hasta con un toque de suerte, como el mismo reconoció cuando se le preguntó por el acierto goleador de los jugadores que había elegido para las sustituciones. Pero detrás de esa anécdota (y de la relevante baja de Ibrahimovic) se vio a un Chelsea que dominó claramente el partido en busca de ese resultado que les diera el pase y que provocaba que a cada minuto el PSG tuviera menos recursos en ataque y defendiera mucho más atrás. Y todo esto sin hacer grandes alteraciones en su once tipo y contando para los minutos finales con sus tres delanteros (los que no eran 'real strikers' hace una semana) para acabar de rubricar un partido de autor, sin jugadas brillantes quizás, pero desde su parcela, tan intervencionista y desprendiendo una sensación de control que provocó hizo de uno de los equipos llamados a dominar en el Viejo Continente como lo es el PSG en una equipo sin recursos ante cada problema que creaba el Chelsea, como buena muestra fue su carrera hacia la piña que formaban sus jugadores tras el tanto que daba el pase a pocos minutos del final del partido para dar instrucciones: control en medio de la euforia desatada.
Con esta victoria Mourinho se convierte en el entrenador que más veces ha llegado a las semifinales de la Champions en la relativemente corta historia de la competición. Una efeméride bastante interesante pero no tanto como el estímulo que supondrá ir descubriendo cómo preparará ese tramo de competición ante rivales que no sólo le van a exigir planes específicos en lo deportivo sino que inyectarán una carga emotiva importante en el pre y post partido, como si lo de jugarse la Premier no le ayudara a mantener la tensión entre sus jugadores.
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