Pizzi y mi primer partido de fútbol

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En mi casa el fútbol 'entró tarde'. Mis padres no eran muy aficionados (cuántas veces me habrá contado mi madre los paseos que daba con mi padre con la ciudad para ellos solos mientras se jugaban los partidos del Mundial de 1982). Mi abuelo era quien tenía más interés en seguir los partidos y las tardes de domingo eran sobremesas de paella y de carruseles radiofónicos mientras nos explicaba cómo funcionaba la quiniela.

Mi padre veía cómo germinaba la afición al fútbol en mi hermano y en mí a finales de 1993 nos dijo que nos llevaría al fútbol, al campo. Un compañero de trabajo le había conseguido unas entradas para ver un partido entre el Valencia y el Osasuna. No era un partido del Barça de Romario que me hacía alucinar pero ir al Luis Casanova desde casa suponía cruzar el parque de Viveros, donde pasaba muchas tardes cuando salía del colegio.
Así, un dos de enero de 1994 mi padre nos llevó a mi hermano y a mí a ver un partido en vivo. El Luis Casanova era el Viejo Mestalla, sin la última gran reforma de aforo y con sus gradas de cemento y por aquel entonces me pareció un recinto enorme. Si hasta nos llevamos unos prismáticos para poder ver algo más de cerca.

También vivía en unos días extraños como ahora, pero sólo en lo deportivo, ya que el tema de la SAD era algo tan reciente que todavía no se había tenido tiempo a endeudarse. Hasta cuatro entrenadores dirigieron al Valencia aquel año para dejarlo en la mitad de la tabla al final del curso. En aquel Valencia destacaba Predrag Mijatovic y comenzaba a comentarse de un joven Gaizka Mendieta quien era señalado como el heredero de Fernando Gómez. Uno de los ídolos de la afición era el búlgaro Lubo Penev, un 9 de toda la vida que pasó buena parte de la temporada fuera por un problema de salud del que finalmente se recuperó plenamente. Alternaría la delantera con la cesión de Juan Antonio Pizzi (y más tarde por Aristizábal) por quien el Barça tenía una opción preferencial.


Pizzi tuvo la gran ocasión en aquel Valencia - Osasuna que acabó con empate a cero. Un balón suelto en el área le cayó franco para el remate pero su potente disparo fue repelido por el palo provocando una sonora decepción en aquel día abarrotadísimo Mestalla. Aquella temporada de Pizzi en el Valencia no fue, desde luego, premoritoria de lo que le llegaría después el que es nuevo técnico del Valencia: su importancia para clasificar al Tenerife para la UEFA, su Bota de Oro, su internacionalidad con España y su papel 'macanudo' el Barça y de ilustre veterano en el inicio del Villarreal en Primera... pero aquella tarde de enero me marché a casa pensando que Pizzi era el peor jugador del mundo. Sólo por haber fallado un gol, por no ser como Romario.

Han pasado veinte años desde que mi padre me descubrió lo de vivir el fútbol en el estadio y con ello un camino de continuo aprendizaje a la hora de interpretar lo que veo cuando me pongo con un partido. También a tratar de no hacer siempre caso a mi primera impresión. Pizzi en absoluto ha sido el peor jugador que he visto y desconozco si será un buen entrenador viendo lo que se va a encontrar en este Valencia tan diferente en algunas cosas y tan parecido sin embargo, al que el vivió. Un nuevo estímulo para cerrar un círculo extraño que pasa por Pizzi, el Valencia y que cierra aquel partido contra Osasuna hace veinte años.
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