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Croacia - Serbia: de la patada de Boban a la amistad entre Lovren y Bisevac

Uno de los factores que encuentro más atractivos del fútbol es que es un juego que, por más que se intente evitar, refleja a través de equipos y/o partidos situaciones socio-políticas que acaban ligándolo a la Historia de una manera que puede servir para contar una situación dura de una forma menos cruda.
Equipos ligados desde su fundación a un estamento de la sociedad o selecciones utilizadas de forma propagandística son sólo ejemplos de algo que, guste más o menos, estará presente en el fútbol hasta el fin de sus días.

Tal vez uno de los ejemplos más claros de lo que os cuento aquí hoy haya sido el fútbol en lo que antes era Yugoslavia y lo que ahora, entre otros países, es Croacia y Serbia. Los futboleros, que solemos ser gente no diré insensible ante realidades lejanas, pero sí saltamos cualquier barrera a la hora de fantasear con nuestra pasión favorita, hemos hablado mucho sobre lo potente que podría ser una selección yugoslava en estos días. El ejemplo más cercano a aquello fue la Yugoslavia que ganó el Mundial juvenil de 1987, un equipo del que se ha hablado y escrito mucho y no sólo por el buen juego que desarrollaba y la proyección (que se convirtió en realidad) de las figuras que lo componían.
Pero el fútbol yugoslavo también veía como los sentimientos de identificación creaban grietas entre sus jugadores. Ya sabéis que muchas veces se dice que antes que profesionales, son personas, y muchos de ellos se empapaban de una realidad divisoria que llevaron hasta el final.

La gran muestra de lo que fue la sociedad yugoslava pre conflicto bélico fue el histórico partido que enfrentó en 1990 al Estrella Roja y al Dinamo de Zagreb. Aquel trece de mayo los más radicales de cada bando acostumbrados a defender a su club en la fuerte rivalidad deportiva que a lo largo de los años acompañaba a los dos equipos, encontraron en las elecciones en la zona croata donde el partido independentista se acabó imponiendo, un motivo para reforzar sus diferencias. Ya no era una cuestión de intereses deportivos, era un conflicto étnico cultivado durante los años ochenta que explotó aquel día en Zagreb.



El nudo y desenlace de aquella historia la conocéis todos, casi diez años de guerra con toda la degradación humana que conlleva y una nueva realidad fronteriza que desde hace unos años ya vive un día a día normalizado en casi todos los aspectos. El fútbol se contagió rápidamente de la naturalidad que volvía a respirarse por las calles pero, innegablemente, el desmembramiento de la antigua Yugoslavia debilitó fuertemente la competitividad local e internacional de los Balcanes, que poco a poco, vuelve a las grandes citas desde la aparición de Croacia en la Eurocopa de 1996. O incluso con las participaciones en la misma fase final de un torneo (sin llegar a cruzarse) como en las Euro de 2000 y los Mundiales de 2002, 2006 y 2010.


Mañana Croacia y Serbia, las dos potencias de la zona, se encuentran en partido oficial por primera vez. Un encuentro designado de alto riesgo a pesar de que no hay ningún viaje organizado de hinchas serbios a Zagreb. Pero un partido que debe servir para cerrar las viejas heridas, para pasar del recuerdo a la patada de Boban a un policía que apaleaba a un ultra croata a la amistad entre Bisevac y Lovren, el eje de la zaga del Olympique de Lyon que dejaran de jugar juntos por un día para defender cada uno los intereses de sus países. Un serbio y un croata que comparten equipo y casi la misma zona de acción sobre el campo que, por edad, no vivieron con tanta intensidad el proceso bélico de sus países y lejos de recordar las diferencias que les separaran, se apoyan en los puntos en común que les unen.


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