El nacimiento del espíritu

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Remontar un cuatro a cero no es trabajo para medianías. El Madrid nunca lo fue, de ahí que se esperara una proeza frente al Alcorcón. Pero la sorpresa fue que no llegó la sorpresa esperada. Si frente al Zaragoza, pocos años atrás, se rozó la machada y ello envalentonó al equipo, frente al equipo amarillo no se estableció un hito en la historia de las vueltas de tortilla, sino en la historia de los ridículos.

Porque lo noticiable de este caso no fue que un equipo humilde lograra algo grande, fue que un equipo de dimensiones universales dio la peor imagen posible. Porque el conjunto no habla de hermosura, habla de incapacidad, de fealdad. Porque lo malo, y esto es muy importante, lo malo no es que el Madrid no pudiera remontar al Alcorcón, lo malo es que nunca dio la impresión de poder hacerlo.

Porque, sin querer jugar a ser más entrenador que mi respetado Pellegrini, jugar con los dos Diarras y Gago no contribuye a la fluidez de un juego que se necesita rápido para arrasar cuando tienes que hacerlo. Yo particularmente eché en falta a un tal Esteban Granero, que siempre que juega demuestra la chispa que se le supone. Pero eché más en falta otras cosas, que no son cuestiones tácticas, sino de planteamiento. Eché de menos a un Robben por la izquierda, eché de menos ver a un tal Sneijder en el centro del campo haciendo lo que hizo la semana pasada contra el Dinamo de Kiev cuando el Inter lo necesitaba (tirar del carro). Eché de menos que Gago no fuera un mero recurso para tocarla en el segundo tiempo, cuando la sangre hubiera brotado.

Eché de menos algunas cosas que adiviné en pretemporada, cuando percibí el espíritu de equipo que daba miedo, de equipo que vapuleaba por recursos con suplentes que hoy son titulares en Bayern o Inter.

El espíritu de las remontadas nace de los equipos que no arrojan dudas y cuyas derrotas son accidentes. Y el cuatro a cero ni fue tal ni fue culpa de Pellegrini. Tiempo al tiempo.
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