Hoy el colombiano Luis Amaranto Perea se ha convertido en el extranjero con más partidos en el Atlético de Madrid (junto al mítico Griffa) con doscientos tres encuentros disputados.
Durante el día he ido leyendo comentarios sobre tal efémeride que, con más o menos razón, menosprecia tal hito y, con mucho acierto, hace una reflexión sobre cómo un jugador con las lagunas de Perea ha conseguido tener tanta continuidad en un equipo que lucha por recuperar los puestos acordes a su historia.
Pero parece que olvidamos los inicios de Perea. De ese rápido defensor que formó una dupla con Pablo Ibáñez (otro que tuvo un descenso de nivel inexplicable) calificada por muchos como ‘la mejor de Europa’ en cuanto a zagueros centrales se refería.
Un jugador que fue seguido por los grandes de nuestra Liga y que tuvo ofertas importantes de los gigantes del Calcio.
¿Es esta una entrada en defensa de Perea? No. Sólo busca una reflexión sobre cómo es posible que un zaguero cuyas virtudes son la polivalencia y la velocidad, más allá de su lectura del juego (no confundir con el conocimiento del puesto) ha podido ser considerado de los mejores en su puesto a un problema en la retaguardia colchonera. ¿Mala visión de sus entrenadores? ¿Sobrevaloración de la prensa? ¿Superficial análisis de quienes deben elaborarlo?
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