Ayer se filtró (?) la lista de los cincuenta precandidatos a ganar el
Balón de Oro de 2011. Como siempre que se da a conocer, pasamos un buen
rato por la mañana debatiendo si tal jugador ha hecho méritos
suficientes como para estar, cómo es posible que ese jugador que tantos
títulos ha ganado no esté ‘nominado’ y que, al final, es todo ‘política’
(!?) y que se lo darán al jugador que mejores patrocionios tenga.
El
años pasado, la elección de Messi en la fusión del Balón de Oro con el
FIFA World Player, desató un debate tan interesante como efímero sobre
qué se tenía en cuenta para otorgar el galardón. Duró lo que el
chauvinismo y el ‘y tú más’ hicieron acto de presencia. Pero reforzó
mucho todo esto de lo que os estoy hablando mis creencias sobre qué
jugadores merecen estar en un hueco destacado de mi memoria.
A mí siempre me han gustado los jugadores que no sólo me han hecho
vibrar en el campo, sino que han humanizado el juego. Ha sido ángeles y
demonios, han sido nobles cuando la gente les ha calificado de poco
ambiciosos pero sobre todo hacían que te lo pasaras bien hasta cuando
les salía un mal partido. Hablo de Djalminha, de Le Tissier, de Nakata,
de Totti… jugadores que sí, han sido todo en el más alto nivel pero
siempre tuvieron algún pecado que les apartó del olimpo.
Es fácil admirar (y premiar) el talento de Messi, las condiciones de
Cristiano Ronaldo, el ‘enganche’ de Agüero, o la visión de Xavi. Pero
siempre he pensado que el que realmente es grande no necesita ningún
título individual o colectivo si ha conseguido quedar en nuestra memoria
con el paso del tiempo. Eso es mucho mejor que el Balón de Oro
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